domingo, 13 de junio de 2010

Nuestras propias figuritas

Ya pasó todo aquello que viví y casi nada parece cierto. Apenas si están algo nítidos los últimos años, incluso sólo los últimos días. Me cuesta creer que yo sea el mismo que aquel que iba, hace un tiempo atrás, a la universidad a estudiar, por ejemplo. Sólo haciendo un esfuerzo con la imaginación puedo recrear unos pocos momentos sin conseguir mayor nitidez que al relatar un sueño. Apenas me vienen a la mente fugaces y esquivas imágenes de momentos bastante absurdos e irrelevantes.
Y me pregunto: ¿Para qué vivimos infinitos momentos destinados al olvido? Mis primeros años desaparecieron por completo, mi infancia se reduce a tres o cuatro recuerdos vagos de los que sospecho su veracidad. ¿Será que a medida que pasan las horas, los días y años vamos solapándonos como si de un proceso de transformación interminable se tratara? ¿Será que somos eso: una continua metamorfosis? ¿Y qué se hizo entonces de todas las pieles que fuimos dejando atrás? Sólo quedan como prueba de todo aquello algunas cuantas fotos, con suerte algún objeto y ciertas anécdotas de nuestros padres, seguramente idealizadas y de dudosa objetividad. Y muchos de mis recuerdos van unidos a alguna fotografía, a tal punto que sospecho que están ahí sólo gracias a ella.
Lo increíble de todo esto es que no soy capaz de reconstruir casi nada de mi pasado, pero a su vez si me dejo llevar, vienen tumultos de imágenes, instantáneas, retazos, todo incompleto y casi del todo incoherente. Por ejemplo pienso en mi paso por la primaria en Asunción y vienen dos veces que me descompuse y vomité y en realidad sólo me veo a mí, como desde fuera de mi cuerpo, veo la postura en que estaba y la ubicación dentro del aula o dentro del edificio de la escuela. Vienen instantes difusos, sin principio ni fin, veo a Christopher grabando sus dientes en mi brazo, como si de un "pacto de sangre" se tratara, o veo a un compañero coreano, físicamente muy grande que llevó en una ocasión una cucaracha enorme al aula, y de golpe recuerdo la sensación de los últimos días antes de las vacaciones de verano y fin del año lectivo, la recuerdo con mucho agrado. Es más, me inunda una sensación placentera aunque no recuerde nada concreto, apenas un bolsito azul de plástico con un dibujo en blanco (una palmera creo), donde llevaba el kit para tirarme a la pileta de la escuela al fin del día. ¿Y por qué recuerdo el ridículo bolsito y no algo más trascendente? ¿Todo lo demás se perdió irremediablemente? Sólo quedan estas pocas migajas.
Si ya de por sí un rompecabezas al que le falta un par de piezas no tiene sentido, qué hacer con sólo un par de piezas sin el resto. Y encima éstas no nos dan una clara pista del tema del puzzle. Cada recuerdo es una pieza que ha sobrevivido de un puzzle perdido.
Y como dice una canción de "El robot bajo el agua":
- ¿Para qué coleccionar nuestras propias figuritas si no hay ningún álbum que llenar?


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